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SOLILOQUIO DEL PEÓN
Siempre he sido un peón;
creo que un buen peón.
Sé llevar el peso de cada partida;
los primeros choques son para mí;
nunca me echo atrás o tiemblo;
soy un buen peón, ya digo.
Estoy contento de serlo.
Cierto que, a veces, envidio el ágil movimiento del alfil,
que puede alcanzar distancias infinitas
que, torpes pies, tardaría yo una eternidad en recorrer.
Me deja boquiabierto el brinco del caballo,
que ignora los muros que alza el enemigo.
Y admiro la fuerza inconmovible
de las torres, enraizadas y solemnes.
Pero yo estoy contento con ser lo que soy:
un peón que camina incansable
y siente en sus espaldas, en el cuello,
la suave brisa de las palabras de la reina
que lo impulsa, a habitar
su triste, su humilde, su mortal casilla.
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Ahí estuvo, hasta ayer...
erguido, solitario, aparentando vida...
lo vimos vacío, sin hoja ni fruto, pero firme...
Algunos aguardaban una primavera,
una colonización de hongos benéficos
que contrarrestasen la muerte que crecía
por su tronco infectado.
¡¡Pero este tronco estaba pudriéndose,
mientras la vida crecía y giraba en torno!!
Sus raíces no tocaban la tierra,
no buscaban el agua viva,
no se alimentaban de lo que las rodeaba.
Solo era un cascarón vacío,
una máscara en forma de árbol,
una apariencia, sin luz ni vida,
sin energías para reactivarse
y menos para ser sombra,
refugio de pajarillos que cantan,
paraíso de la avispa...
¡era una gárgola de una fantástica catedral,
que se desborda en verdes y ocres!
Y su raíz, cargada de muerte y sueños,
no pudo más y todo el aparato inútil
se vino abajo.
Y pensé, silencioso y triste, en el oscuro árbol en que habito.
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¡Qué fácil es esconderse tras las faldas
de la Virgen,
las viejas coronas de oro sucio,
los cálices que acumulan siglos y olvido!
¡Qué sencillo refugiarse en los altares,
coleccionar bordados
y hacerse experto en candelabros,
cánticos solemnes
y atardeceres donde crece el silencio y la paz!
¡¡Qué cómodo es cerrar la puerta
y sentarse en el crujiente banco
a rezar por todos los que quedan fuera,
aguardando que el pan de la Eucaristía
sea pan en las casas del pueblo!!
¡Qué lento es el paso del futuro,
que viene cargado de semillas de Reino y esperanza,
que estallarán en lo alto de la tierra
y romperán las viejas criptas,
donde enterraron un día el Evangelio,
para que brote la primavera de las manos
que cogerán el arado sin mirar nunca más atrás!
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¿Quién soy?
¿Quién me haces ser en medio de esta gente
equivocada, superficial,
que vive en el bucle de unas castañuelas?
¿Crees que creen en ti,
con sus palabras como murallas,
sus vestidos de fiesta
con la etiqueta aún sin cortar,
con los trajes como camisas de fuerza,
y los rudos gestos de bufo
o de preso amarrado a su columna?
¿Crees que saben de piedad,
de la mirada tierna que sanaba vidas,
del reino que no tiene guardias ni picotas?
¿Crees que han sentido
el abrazo del que regresa a casa
empobrecido y con el alma desecha?
¿Crees que a alguno le aprietan las sandalias del hijo liberado,
que arroja a la basura los trapos,
del esclavo juguete del destino
y del olvido sin riveras?
¿Quién soy?
¿Quién me haces ser entre esta gente
que ríe como bufones borrachos
al verme caminar entre ellos
como comparsa de carnaval?
¿Dónde, cómo,
cuándo me darás la paz que necesito,
en medio de esta farsa divina,
de este pasatiempo donde las almas se duermen
y los jilgueros esconden, avergonzados, su canto?
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